martes, 5 de noviembre de 2013

LAS MONJAS DE MI VIDA

Después de un tiempo de adaptación al inicio del curso, este año con más movimientos de los de costumbre, me siento un ratito a escribir después de un parón de tiempo considerable. 
Este curso ha comenzado con grandes cambios dentro de mi centro y, claro está, todo ello ha provocado reacciones, sentimientos e impresiones. Lo más importante de todo es que la dirección pedagógica del centro, que siempre había estado en manos de religiosas de nuestra querida congregación, pasa a manos de personas laicas. Aunque de primeras no parezca algo demasiado radical, para los que nos hemos criado en este colegio nuestras monjas, como nos gusta llamarlas, han sido siempre las cabezas visibles más altas y nos han rodeado para asesorarnos, guiarnos y, sobre todo, querernos y enseñarnos tanto... Por desgracia, esta congregación cuenta cada vez con menos religiosas, ya que no hay nuevas vocaciones y las que están van cumpliendo años... Por mucho que la gente quiera decir y criticar, si de algo estoy orgullosa de mi colegio es de las religiosas que tenemos y de nuestra congregación, y digo nuestra porque la siento mía; entiendo que apenas haya nuevas vocaciones a religiosas, ya que estas monjas son personas que dedican su vida entera a los marginados, a los necesitados, a los que Jesús tenía por sus favoritos... Para quien no lo sepa, los padres fundadores crearon esta congregación para, en primer lugar, atender a las mujeres de la calle; esa era su principal misión, que luego trajo consigo atender a dichas mujeres, acompañarlas, acoger a niñas y niños, darles una educación, acoger mujeres maltratadas, madres solteras, jóvenes en peligro de exclusión social, etc. Mis monjas no se dedican a rezar y ya está, como algunos podrían decir, son personas con la vocación admirable de entregar su vida a ayudar a personas que realmente lo necesitan, arriesgando muchas veces incluso su propia integridad física. Por eso siento que mi colegio tiene algo especial, porque ese carisma filipense se te pega, se te ancla al alma de tal forma que ya te resulta imposible despegarte de él, te toca el corazón para que ya nunca vuelva a ser el mismo; en definitiva, quien entra en contacto con mis queridas religiosas filipenses hijas de María Dolorosa, ya nunca vuelve a ser el mismo. Así que, aunque las seguimos teniendo al lado, debemos procurar los que vivimos esto de verdad, que jamás se pierda, que la congregación siga adelante con la ayuda de todos los que estamos aquí, sabiendo que con esos grandes gestos se logran pequeños cambios en este mundo tan necesitado del carisma filipense que propaga alegría, solidaridad, hermandad y amor a Dios y a los demás. Entiendo que ellas deben seguir cumpliendo su misión primera que está al lado de los más necesitados, por ello los que estamos a este lado de la historia, el lado cómodo, debemos implicarnos más que nunca y remar juntos para que este barco siga llegando a buen puerto. Sin duda alguna, yo no sería la misma persona ni tendría los valores que tengo si no fuera por mi colegio y por ellas: las monjas de mi vida.